Pueblos Campo de Argañán

Estela romana de Villar de la Yegua

Villar de la Yegua: Estela romana

1.- José Ignacio y Juan Carlos Martín Benito dicen en su libro: "Prehistoria y Romanización de la Tierra de Ciudad Rodrigo" lo siguiente:

"El carácter sagrado de algunos animales, caso del ciervo, pervivió aún en estelas funerarias altoimperiales como la que se halló en Villar de la Yegua. La estela presenta la particularidad de que en el espacio comprendido entre el cartel reservado al epitafio y el pie, estriado, se ha representado una cierva. El culto al ciervo, como animal sagrado, estuvo extendido entre los lusitanos y tuvo un carácter oracular."

2.- Estela romana de Villar de la Yegua (Salamanca) por RICARDO MARTíN VALLS

(Transcripción del artículo de Ricardo Martín Valls publicado en el número XXXIV-XXXV de la revista ZEPHYRUS de 1982)


Durante el verano de 1980 tuvimos noticia del hallazgo de una estela romana en el pueblo salmantino de Villar de la Yegua. Se encontró al lado de una charca, como a dos kilómetros del pueblo hacia el Oeste, en el lugar que llaman «Chabarcón», donde se observan vestigios de población romana, lo mismo que en «Mezquita», una dehesa cercana. Por tratarse de un ejemplar notable, no sólo por su decoración, sino también por su texto, al diferir de lo habitual en la epigrafía salmantina, queremos darlo a conocer en esta breve nota.

La estela, de granito, mide 1,91 m. de longitud, 0,40 de anchura y 0,21 de grueso. En la cabecera aparece la rueda de seis radios curvos sinistrorsos, encerrada en una doble circunferencia. Debajo, a cada lado de la rueda, una escuadra, al revés de lo normal, es decir, con el brazo vertical hacia abajo, y ambas rebajadas en la piedra. El epitafio se desarrolla en cartel rectangular derecho, rebajado en el bloque, que se prolonga hacia abajo para enmarcar también la figura de un cuadrúpedo --seguramente una cierva-- pasante a la izquierda, realzado sobre el fondo, rehundido, hasta enrasar con el plano donde se grabó el epígrafe. El pie, con cuatro estrías toscamente arqueadas por arriba, enlaza con una peana apenas desbastada que sin duda se introduciría en la tierra.

La inscripción consta de siete líneas con letras capitales dibujadas, cuyas alturas oscilan entre los 6 cm. de la primera línea y los 4-5 de las restantes. Las “aes” de la segunda, tercera y cuarta línea son de dos trazos. Puntos redondos. El texto dice:

D•M•S
APANA•TRITI AN
LX•APANA CLO
VTI• F•AN•V•
AMAENEA•MA
TRI•ET•FILIAE•F•C
H S E S•T•T•L•

  • Línea 1: Abreviaturas de D(iis) M(anibus) S(acrum).
  • Línea 2: Su final está muy erosionado. Lo lógico sería pensar en F(ilia) AN(norum), pero creemos que no hay espacio para la F, a no ser que existiese un nexo AN, cosa no probable a la vista de la forma en que se pone la misma palabra en la cuarta línea. Además, creemos ver solamente la abreviatura AN(norum).
  • Línea 4: Abreviaturas de F(ilia) y AN(norum).
  • Línea 6: Abreviaturas de F(aciendum) C(uravit).
  • Línea 7: Abreviaturas de H(ic) S(ita) E(st) S(it) T(ibi) T(erra) L(evis). La tercera letra es dudosa a causa de lo erosionado del granito, por lo que cabría pensar en una S, cosa que cuadraría con el texto. Pese a ello, creemos reconocer una E, lectura acorde con la quinta letra, una T, cuando lo correcto hubiese sido una V, abreviatura de V(obis).

El epígrafe, pues, desarrollado sería:

D(iis) M(anibus) s(acrum) / Apana Triti an(norum) / LX Apana Clo / uti f(ilia) an(norum) V / Amaenea ma / tri et filiae f(aciendum) c(uravit) / h(ic) s(ita) e(st) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis).


Se trata de una inscripción funeraria dedicada por Amaenea a su madre Apana Triti y a su hija Apana Clouti. El sistema onomástico de las tres es indígena, de la misma manera que sus nombres. Amaenea es conocido, aunque no frecuente; con esa misma grafía se documenta en Talavera de la Reina y como Amaenia en Yecla de Yeltes, en la misma provincia de Salamanca; también conocemos un Amainius en Sasamón, que sería el masculino correspondiente - en ambos casos con la típica confusión i por e - y una Amana en Villamesía, Trujillo. Apana, nombre común a la madre y a la hija de la dedicante, al tomar la segunda el nombre de la abuela, también es conocido; hasta ahora se documenta solamente en Lusitania, constatándose en Hinojosa de Duero, en tierras salmantinas, Cogulla-Castelo, Troncoso, Ibahernando, Santa Cruz de la Sierra, Coria y Puerto de Santa Cruz. Una variante de este nombre es Abana, curiosamente documentado fuera de aquella provincia. Frente a la escasez de los nombres citados, los patronímicos de las difuntas, Tritius y Cloutius, son en cambio muy frecuentes y casi en su totalidad proceden del occidente de la Península, incluida la provincia de Salamanca.

Si por el sistema onomástico y los propios nombres, la inscripción encaja perfectamente dentro de la mayor parte del conjunto epigráfico salmantino en el que es notorio el predominio «indígena» por el formulario resulta novedosa. Este contrasta con la simplicidad y brevedad del empleado en los núcleos castreños occidentales, por ejemplo Yecla de Yeltes, y se relaciona con el de ciertos epígrafes de Salamanca y de pequeños poblados en torno a la vía de la Plata, así como con el de alguno de Ciudad Rodrigo, el núcleo romano de consideración más cercano a Villar de la Yegua. Todos éstos son «más romanos» que los procedentes del resto de la provincia, no sólo por el formulario, sino también por los caracteres externos y la onomástica. De todas maneras, se trata de una minoría frente a los abundantísimos epitafios de la zona noroccidental, cuyas diferencias con las costumbres romanas son notorias, como ha señalado Navascués tan acertadamente.

La decoración de la estela también es novedosa. Junto a la rueda y escuadras de la cabecera, y a las estrías del pie -motivos habituales- aparece una representación zoomorfa, la primera que se registra en las estelas salmantinas, en este caso una cierva de excelente factura.

El tema de la cierva en una estela salmantina, y por tanto en la Lusitania, sugiere una serie de comentarios. Hay que recordar, en primer término, las noticias que nos transmiten las fuentes clásicas sobre el regalo de una cierva a Sertorio por un lusitano, de las que puede deducirse el carácter sagrado del animal en aquella región, cuyo antecedente lejano en el tiempo podría atisbarse en el hecho de que fue una cierva la que amamantó a Habis, el mítico rey de Tartessos. Testimonios arqueológicos vienen también a confirmar el culto al ciervo; entre éstos pueden citarse una serie de piezas con representaciones de este animal, tales como el jarro ritual lusitano -con finalidad funeraria- de la Colección Calzadilla de Badajoz, el kernos de Mérida, el bronce de la Cadosera, hoy en el Museo de Badajoz, o el de Coruche, en Portugal, Su carácter funerario está bien atestiguado sobre todo en las necrópolis ibéricas; recuérdense las esculturas de ciervas en reposo, velando el sueño de los muertos, procedentes de Caudete y Toya. También, aunque excepcionalmente en otras áreas, como lo evidencia el hallazgo de una figurita de ciervo, de bronce, en la necrópolis navarra de La Torraza, Valtierra, fechada al final de la primera Edad del Hierro.

El carácter funerario del ciervo pasará al mundo hispano romano y en este sentido aparece en la estela que comentamos. El paralelo más próximo por su factura está en una estela doble lusitana, de procedencia desconocida, en la que aparece una cierva y su cría, debajo respectivamente de cada uno de los epitafios, con la particularidad de que la segunda coincide con el de una niña. Una cierva en una estela de Rabanales, en la vecina provincia de Zamora, y allí mismo se halló una placa de mármol, posible fragmento de estela, donde aparece representado un cuadrúpedo, tal vez con cuerpo de ciervo y cabeza de cabra o gallo, teniendo en el pico una hoja como de yedra, con todo lo que de simbolismo de perennidad lleva esta planta consigo.

Un ciervo y un probable cervatillo se hallan en la estela alavesa de Ocariz; cérvidos en variadas actitudes aparecen en ejemplares del rico conjunto epigráfico burgalés de Lara de los Infantes, en algunos casos formando parte de escenas cinegéticas; y dos cérvidos, uno a la derecha y otro a la izquierda de una figura humana, probable cazador, bajo triple arcada, se documentan en la estela Navarra de Villatuerta. Algunos de estos ejemplares, pues, responden al valor fúnebre que la caza tiene en la simbología romana, como ejercicio de adiestramiento para conseguir la inmortalidad. Por otro lado, en algunas estelas el ciervo se asocia a ciertos animales; así, en una de las vadinienses procedente de Beleña, concejo de Ponga, Asturias, aparece junto a un caballo, animal típico de aquéllas, y en otra leonesa un ciervo se acompaña de un cervato y un jabalí. El carácter funerario del jabalí -que a veces figura junto a un toro, como en una estela doble procedente del yacimiento zamorano de Sansueña- está fuera de duda y su aparición en las estelas junto al ciervo garantiza la misma interpretación para éste. En la región de Bragança son frecuentes las figuras de toros o cerdos en las estelas, aunque a veces sea difícil reconocer el animal representado, como ocurre también en un ara de Villalcampo, donde aparecen dos cuadrúpedos, y en un probable pie de estela, de esta misma localidad, en el que se rastrea otro . En zonas más alejadas de allí, el jabalí aparece igualmente integrado en los carteles de los epitafios, como en una inscripción doble del pueblo segoviano de Ventosilla y Tejadilla, donde claramente se observa entre las líneas del epígrafe de la izquierda, mientras que en el de la derecha pudiera reconocerse un toro. Añádase finalmente en este mismo sentido la indudable finalidad funeraria de muchos «verracos» de la zona.

Un último aspecto, la cronología de la inscripción, no puede pasar desapercibido, aunque la pieza en sí nada aporta a lo conocido sobre este difícil problema de las inscripciones salmantinas. Maluquer señaló en su día que la fecha de éstas oscilaría entre mediados del siglo I y mediados del siglo III de la Era. Navascués las sitúa entre los siglos II y III, tras un concienzudo estudio de los caracteres externos y los sistemas onomásticos. La segunda fecha, coincidente en ambos autores, es segura, pues se basa en el argumento arqueológico de que en los cementerios de los siglos IV-V, datados por los ajuares de los enterramientos, ya no tienen estelas. Por otra parte, sabemos que en las necrópolis donde «verracos» con inscripciones latinas cubren las tumbas, éstas son de finales del siglo II y comienzos del III. En consecuencia, como los epígrafes de aquéllos son análogos a los de las estelas, no solo por el tipo de letra, sino también en cuanto a la onomástica y formularios, puede admitirse una fecha similar para la estela que comentamos -siglos II y III-.

Nota del autor del artículo: Supimos de la existencia de la estela a través de don Joaquín Riaza Pérez y de la Asociación de Amigos de Ciudad Rodrigo, algunos de cuyos miembros nos acompañaron a casa de su actual propietario, don Miguel Baz Báez, quien nos dio todo tipo de facilidades para estudiarla.

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