El castillo de Gardón
El Castillo de Gardón hállase en medio de una dehesa (la del Gardón), a noroeste de Ciudad Rodrigo, sobre una loma que atalaya de cerca la frontera de Portugal, no lejos del malaventurádo fuerte de la Concepción, donde tantos caudales se tiraron. Esta dehesa pertenece al pueblo de Castillejo de dos Casas
Probablemente éste de Gardón fue hecho bajo Femando II, pues consiste en una cerca ovalada de cal y canto, igual que la de Ciudad Rodrigo, aunque pequeña, y sin conservar señales de puertas, ni otros pormenores notables.
A su extremo de Oriente, adhiriósele en el siglo XVI otro castillo-palacio, de sillería, con cubos a los ángulos, que yace despedazado todo.
Desde allí se domina también el campo de Argañán y es hermosa vista .
Sobre este castillo aparece la siguiente información:
Este castillo se encuentra en medio de una dehesa al noroeste de Ciudad Rodrigo, en la finca de El Gardón, guardado si cabe con gran celo por sus actuales propietarios, sobre una loma desde la que se aprecia de cerca la frontera de Portugal, no lejos del Fuerte de la Concepción. Probablemente este castillo de Gardón fue hecho en el siglo XII bajo el reinado de Fernando II, pues consiste en una cerca ovalada de cal y canto, parecida a la de Ciudad Rodrigo, aunque pequeña y sin que se vean señales de puertas ni otros pormenores notables. Los muros que quedan de pie de la estructura del castillo han pasado a formar parte de la alquería, siendo utilizados como dependencias de la misma. En el extremo del este, se le adosó en el siglo XVI otro castillo-palacio, de sillería, con cubos en los ángulos, que está todo derruido.
De su historia tampoco se sabe mucho, aunque tuvo que ser relevante en función de los enterramientos que en sus alrededores se han realizado, utilizando la abundante piedra berroqueña que existe en estos lugares. Se sabe que en el siglo XVI el castillo pertenecía al cabildo de la catedral de Ciudad Rodrigo y que el canónigo Juan de Silva Guzmán era su Alcaide en 1582. El castillo y su población sufrieron las consecuencias de la guerra con Portugal en el siglo XVII, provocando su despoblamiento y posterior ruina. La última acción (posiblemente) que tuvo lugar en el Gardón y quizás el origen de su destrucción, se ve reflejada en el texto de un escritor portugués (Vilhena.... ALMEIDA, tomo 1º) que dice así: con este cuerpo de ejército entró en Castela el día 17 de Setiembre. Ordenado de esta forma el ejército, mandó el general que marchase por diversas partes, poco distantes unas de otras y que se juntasen en el Valle de Lamula en la misma mañana en que partieran de Almeida. Cuando el general salió de esta plaza, ordenó que se le juntasen las tropas de Alfajares, de Souto y de Sabugal y que fuesen a quemar y saquear Perozim, lo que hicieron. Enseguida marcharon sobre Guardío (Gardón), de cuyo castillo salen en frecuentemente los españoles, causando grandes estragos y daños, donde llegaron el mismo día 17 de setiembre de 1642. Después de sangrienta lucha, el castillo fue tomado por los portugueses, lo que representaba una gran victoria en esa ocasión. Salieron del castillo don Diego de Represa, caballero de la Orden de San Juan, gobernador de aquella plaza, con seis capitanes de infantería y todos sus oficiales, así como los capitanes de caballería con sus hombres, un total de 530, habiendo sido llevados todos para Almeida, de donde fueron enviados a Lisboa. Dentro del castillo había gran cantidad de pertrechos de guerra y vituallas de los cuales se aprovecharon los portugueses.
Notas:
- "Catálogo Monumental de España: provincia de Salamanca", de Gómez Moreno Martínez, Manuel. Realizado en 1903 y no publicado hasta 1967 por Caja Duero.
EL CASTILLO DE EL GARDON (junto a Alameda)
Un asedio en tierras de Ciudad Rodrigo (septiembre, 1642)
En el foro-ciudad de Alameda de Gardón Zalama publico el siguiente
artículo:
El original del mismo puede verse en: http://www.foro-ciudad.com/salamanca/la-alameda-de-gardon/mensaje-10675889.html
Parte 1. Introducción
La Guerra de Restauración de Portugal (1640-1668), a pesar
de su longeva duración, 28 años, es una de las etapas
bélicas menos conocida y divulgada de la historia de España.
Se desarrolló durante fechas en que también la corona
de los Austrias luchaba en otros frentes, los cuáles, por diversas
circunstancias, fueron declarados como prioritarios en detrimento del
problema portugués.
Por el motivo anterior, el ejército destinado a enfrentarse
con los rebeldes lusitanos no tuvo la misma consideración que
los contingentes militares que, por ejemplo, peleaban en Cataluña,
resultando así estar compuesto por una tropa de peor calidad,
escasamente experta y aun mínimamente pertrechada de lo necesario
para combatir con garantías.
Además, la oficialidad encargada de dirigir a estos hombres
no contribuyó a mejorar el lamentable panorama, dado que la
mayor parte de los capitanes y planas mayores que sirvieron en el ejército
extremeño, se dedicaron más a lograr su beneficio personal
que buscar soluciones al conflicto, excusándose, precisamente,
en la notable falta de material bélico y nula profesionalidad
de sus subordinados, amén de otra serie de asuntos menores.
Ante las desconsoladoras expectativas, resulta fácil comprender
porqué todos los mandamases militares que gobernaron en Extremadura,
prefirieron evitar el enfrentamiento campal con el enemigo, es decir,
renegar de la clásica batalla, dónde se veían
las caras grandes contingentes armados.
En contraposición a este modelo, se declararon más asiduos
a una guerra de pequeña escala, basada en la escaramuza y la
emboscada continua. Ambas exigían movilizar menos tropa, el
riesgo era sensiblemente más reducido y, por lo general, el
resultado alcanzado solía ser positivo o, al menos, cercano
a los objetivos planteados a priori. Había poco que perder en
una escaramuza, y mucho que ganar.
En Portugal puede asegurarse que las cosas no fueron demasiado diferentes
a lo comentado para el bando castellano.
También en el país vecino el asunto de la guerra y toda
su maquinaría resultaba muy complejo y difícil de administrar,
ya que los problemas de base eran similares a los de España.
De ahí que, igualmente, los soldados lusitanos fueran en su
mayoría bisoños y mal armados, factores que inclinaban
la balanza hacia la necesidad de mantener una guerra defensiva, pero
no obstante pautada por pequeños escarceos y razias, con los
cuáles intentar frenar los posibles ímpetus invasores
del contrario.
Todo lo dicho fue norma a lo largo de aquellos veintiocho años
de pelea; sobre todo en las zonas consideradas de segunda línea,
dónde las estrecheces eran aún mayores que las existentes
en el cuartel general del ejército (ciudad de Badajoz y sus
contornos).
Sin tener en cuenta lo sucedido en el frente pacense-alentejano, sufrieron
especialmente esa guerra pequeña y continuada, las fronteras
de la provincia cacereña y su colindante lusa de la Beira. Pero
también, más al norte, se vivieron iguales circunstancias.
Al respecto, la raya capitaneada por las murallas de Ciudad Rodrigo
fue objeto de múltiples cabalgadas portuguesas; y en respuesta
vengadora, las tierras lusitanas defendidas por la plaza fuerte de
Almeida, sirvieron de escenario predilecto para otras tantas acciones
de rapiña de los castellanos.
Muy a pesar de lo dicho, no siempre la escaramuza protagonizó la
guerra por aquellos límites fronterizos. Hubo, de vez en cuando,
tiempo y ocasión para ver asedios y enfrentamientos a escala
mayor que lo acostumbrado
Es mi intención, precisamente, traer al recuerdo en este breve
trabajo uno de esos momentos que, como dije al comienzo, están
hoy borrados de la memoria.
Ocurrió allá, en el mes de septiembre de 1642, cuando
los portugueses fechan cuarta feira en su calendario, es decir, miércoles,
día 17, y para más señas festividad de las Llagas
de San Francisco.
El escenario: las riveras del Turones, delimitando los términos
municipales de Alameda de Gardón, por parte mirobrigense; y
las de Vale da Mula, correspondiente a tierra beirense.
Y en medio, sobre un cerro, a 700 metros de altitud, los muros de un
puesto avanzado castellano: el castillo El Gardón.
Parapetados tras sus líneas fortificadas, 600 hombres, que vigilaban
desde las alturas los confines de una raya que quedaba tan sólo
a 2 kms de distancia; más arriba, casi a una legua, el lugar
dónde, años más tarde, se fundaría el conocido
como Real Fuerte de la Concepción, pero eso sería después.
Ahora, el fortín de El Gardón era el único que
defendía el paso y avisaba del peligro portugués que
acechaba sobre la comarca del Campo de Argañan.
Pronto, quizás demasiado antes de lo previsto, iban a tener
ocasión de demostrarlo los soldados que conformaban su guarnición.
Parte 2. El Castillo del Gardón. Preliminares del asedio
“… O castelo do Guardao fica em uma eminencia, vizinho a Val de la Mula. A parte que olha a Portugal ocupa um bosque muito espêsso entre dois outeiros; a de Castela é uma campina muito dilatada. O Castelo era quadrado com quatro torreôes redondos nos cantos, que franqueavam a muralha, na qual estavam, pelos muitos anos da uniâo, todos os materiais tâo conglutinados que nâo receava o daño da artilharia de doze libras. As ruínas da antiga barbacâ estavam reparadas …”.
Este es el breve retrato que un notable historiador portugués,
buen conocedor de la Guerra de Restauración, hizo del castillo
El Gardón. Un puesto fronterizo desde el cual, como hemos avanzado
en el capítulo precedente, la tropa castellana del todopoderoso
duque de Alba lanzaba continuas incursiones de rapiña en territorio
rebelde, tratando con ello de mantener temerosa a la comarca beirense
bañada por las aguas del río Coa.
Las fuerzas que defendían aquella posición castrense
procedían, normalmente, de soldados alistados en Ciudad Rodrigo,
que era la principal plaza de armas de semejante zona rayana; pero
también solían acudir al servicio militar del Gardón
muchos vecinos de los pueblos cercanos, sobre todo de La Alameda, Castillejo,
y Gallegos de Argañán. Estas compañías
de milicias populares, con el objeto de ser más rentables en
su acto de servicio, iban mudándose cada 15-20 días.
Para su mantenimiento, una vez por semana, y desde la capital charra,
solía llegar hasta el puesto castillero un convoy transportando
víveres y pertrechos de guerra aunque, a decir de los testimonios,
esto último no siempre se cumplía con efectividad, ya
que el necesario Don Dinero para pagar aquellos bienes era un personaje
escaso por aquellos lares.
Precisamente por esta falta crónica de pecunio y sustento, la
guarnición del castillo realizaba entradas en Portugal de forma
periódica, buscando allí lo que se les negaba desde la
capital mirobrigense.
No hacia falta la aprobación de los oficiales y cabos: éstos
sabían de sobra tales sucesos, y hacían oídos
sordos a su desarrollo bajo orden legítima.
Y es que esas razias suponían mucho más de lo que a priori
aparentaban: servían para mantener a la tropa activa, lejos
de la posibilidad de protesta que pudiera dar lugar a un motín;
y la razón que resultaba más convincente para permitirlas:
que con el botín obtenido se conseguían pingües
beneficios, gran parte de los cuales, muchas veces, iba a parar a manos
de los cabos y oficiales de rango, pudiendo posteriormente comerciar
con ello y doblar así la ganancia. En fin, un juego entre lo
legal y lo fraudulento, pero que era necesario para mantenerse dadas
las condiciones de carestía general.
De este modo, aldeas lusitanas de poca envergadura defensiva, caso
de Sao Pedro, Naves o Junça, vieron más de una vez recorrer
sus campos a la caballería española, robando ganado e
incendiando los sembrados sin apenas encontrar oposición alguna,
a pesar que la plaza fuerte de Almeida, cuartel general del ejército
rebelde en aquella parte fronteria, no quedaba lejos; pero su guarnición
no podía acudir a todas las llamadas de rebato que se producían.
Visto así, julio y agosto de aquel 1642 habían sido,
aparte de meses harto calurosos, tiempo de ardor guerrero.
El calendario se lleno de día rojos, y sobre la mesa del gobernador
militar de la provincia beirense no dejaban de llegar cartas y reclamaciones
pidiendo solución al trágico panorama.
No es de extrañar que los portugueses, dolidos ante tanta escaramuza,
por fin se prestaran a devolver los golpes encajados.
Buscaron un objetivo fácil y que ofreciera buenas expectativas
de presa.
A comienzos de mencionado agosto irrumpieron con muchas ganas en la
localidad de Fregeneda, a 40 kilómetros de distancia del Gardón.
Amparados en la lejanía, pudieron llevarse un importante botín
con el que resarcir en parte las pérdidas sufridas con anterioridad.
Se tocó el arma viva en Gardón y otros cuarteles, pero
la celeridad de movimientos lusitanos hizo imposible poder cortarles
la retirada.
No cesaron aquí las hostilidades pues, como en un perfecto combate
entre púgiles, portugueses y castellanos continuaron aquel verano
repartiéndose golpes directos a la mandíbula.
A tanto llegaron aquellos desmanes que, para evitar siguiera in crescendo
la violencia, el gobernador militar de la frontera lusa, Fernao Teles,
dispuso la construcción de un puesto de vigilancia sobre la
misma línea divisoria. Eligió la aldea de Vale da Mula
que, como dijimos, quedaba muy cerca del Gardón.
Hasta allí, a Vale da Mula, llegó su lugarteniente, Sancho
Manoel, con el suficiente número de soldados y materiales para
levantar la torre defensiva. Corrían por entonces los últimos
días de agosto.
Supieron de este intento los jerifaltes castellanos, gracias a la labor
de los espías y las llamadas lenguas, que diariamente suministraban
información acerca del estado del enemigo.
Permitir que se alzase aquel fortín era tanto como dar ventaja
para que los portugueses pudieran adentrarse en la campiña mirobrigense
sin peligro, además de servir de barrera para que los españoles
no continuaran sus apreciadas algaradas en tierra rebelde. Por lo tanto
la meta era clara: había que impedir aquella obra. Y para llevar
a cabo ese plan era imprescindible contar con la guarnición
del Gardón.
Bajo órdenes de un caballero llamado Juan de Meneses, que tenía
mucho valor pero poca sesera, se realizaron varias entradas, pero casi
siempre saldadas con derrota o, cuando menos, no alcanzando el objetivo
deseado.
Este oficial comenzó a perder crédito entre la tropa.
Aun así era sumamente descarado, y persiguiendo sólo
su gloria personal, repitió emboscadas y rapiñas. Otra
vez el saldo fue negativo: “...sólo trata don Juan de
Meneses de trasegar la gente por instantes, sacando las compañias
de sus puestos, y el enemigo goçe de la ocasión […]
Es desdichado caballero el don Juan, y siempre que sale de aquí,
ay el mismo dia algun acometimiento por otra parte...".
Cansando a la soldada castellana y sin poder frenar los deseos del
luso, finalmente el fuerte de Vale da Mula fue construido. Malos presagios
empezaron a sembrarse en toda la comarca.
El propio obispo hubo de salir a hacer una visita tratando de calmar
los ánimos de sus temerosos fieles.
Se dio la agravante de que por esas fechas la gente de armas del duque
de Alba no contaba con suficientes efectivos, ni tampoco estaba acondicionada
para hacer frente a supuestos ataques del enemigo portugués.
Para mayor INRI, esto ya lo sabían al otro lado de la frontera.
Fernao Teles no dudo un instante. Era el momento que había esperado
tanto tiempo ha << … se resolveu a emprender o Castelo
do Guardào […] Era a empresa dificultosa, e por êste
respeito necessitava de maior prevençâo. Escreveu a todos
os capitâes-mores, recomendando-lhe que tirassem de todos os
lugares que governavam […] Conseguiu-se nesta empresa melhor
efeito; porque em poucos días se juntu em Almeida a melhor gente
da provincia […] Aos sete mil homens uniu novecentos infantes
pagos e duzentos e cinqüenta cavalos e três peças
de artilharia de doze libras, e com êste corpo de exército
marchou para Guardâo …>>.
Parte 3: Llegan los portugueses ante los muros de El Gardón
Era tiempo de descanso para la tropa.
Había cierta relajación sobre quienes aquel miércoles,
17 de septiembre, recaía la seria responsabilidad de vigilar
los alrededores del castillo, avisando de posibles movimientos enemigos.
Almorzaban entonces la mayor parte de los soldados, mientras otros
se entretenían en mantener en correcto funcionamiento las armas,
piezas artilleras y resto de material bélico con que contaba
la guarnición de El Gardón.
Serían cerca de las 14:00 horas cuando un rumor comenzó a
recorrer los andenes y pasillos altos situados en los muros de la fortaleza.
Poco a poco, sobre la fina línea del horizonte, dirección
Portugal, se estaban dejando ver grupos de personas, cada vez más
numerosos. Venían muy bien formados, con sus banderas al frente,
marchando al acompasado sonido de los tambores.
Enseguida aparecieron por sus flancos otros personajes, anunciados
con el reconocible tropel de caballos. Al rato, todo aquel compacto
grupo de hombres, animales y pertrechos era perfectamente visible desde
las murallas del castillo.
Impresionaba con sólo divisarlos, ocupando una extensión
de más de media legua. Las voces de quienes dirigían
aquel poderoso ejército también podían escucharse
con nitidez rompiendo el silencio de aquellas primeras horas de la
tarde, en la apacible campiña fronteriza mirobrigense.
Obedeciendo las órdenes de aquellos jefes, el contingente portugués
comenzó a fragmentarse e ir ocupando diferentes puestos sobre
el terreno colindante a El Gardón.
Un grupo se posiciono en la ladera del cerro El Sierro, orientado al
norte, camino de Vale da Mula que era, precisamente, por dónde
habían llegado. Otros dos se situaron al sur, sobre la calzada
que comunicaba El Gardón con el cercano pueblo de Alameda, distante
unos 3 kilómetros. Y para asegurar estos cuarteles se adelantó,
hacía el monte dónde estaba el puesto castellano, una
tropilla de mosqueteros.
Mientras la gente de armas realizaba su despliegue táctico,
se le fueron uniendo, en retaguardia, más fuerzas. Esta vez
no parecían venir siguiendo el modelo disciplinado de sus antecesoras.
Más bien llegaban a borbotones, sin lógica y sin orden
de marcha. Estaba claro que no se trataba de tropa oficial.
Cierto, sólo una rápida ojeada a su vestimenta dejaba
entender que se trataba de gentes sin relación directa con la
milicia. Eran simples aldeanos. Curiosos ante las expectativas que
podían obtener de aquel supuesto festín que estaba a
punto de comenzar. Buitres carroñeros.
No obstante, muchos de ellos venían armados aunque, eso sí,
de un modo muy arcaico: palos, útiles de labranza, alguna que
otra escopeta de caza de mala calidad....
Fueron pasando las horas, y cuando comenzaba a declinar la luz del
sol, cesó todo movimiento portugués sobre la campaña
que rodeaba El Gardón. Se hizo un silencio atronador.
Dentro del castillo español la gente estaba agazapada al refugio
de los muros. Habíanse repartido todos los hombres disponibles
en aquellos puestos considerados fundamentales para la defensa; otros
grupos estaban fuera de la posición castrense, en las laderas
del cerro, escondidos en una línea de zanjas y trincheras trazadas
en zigzag.
Mecha encendida, balas en boca armera, y cuerda suficiente acompañaban
a cada soldado.
Y en esas estaban, en creciente tensión, cuando comenzó a
sonar el redoblar de un tambor, cada vez con más fuerza, a medida
que su portador iba acercándose a los muros de El Gardón.
(Continuará)
J.A.C.